Año: 2014
VIVA PRIMARY COULOURS VIVA:
Instrucciones para pintar la ciudad
En 1914, Ludwig Meidner publicó sus Instrucciones para pintar la gran ciudad: "Debemos comenzar, finalmente, a pintar el lugar donde hemos nacido, la gran ciudad, a la que amamos con amor infinito"; la primera tarea era "aprender a ver, de un modo más intenso y correcto que nuestros predecesores", y la segunda pintar "la vida en plenitud: el espacio, la claridad, la oscuridad, lo pesado, lo ligero y el movimiento de las cosas". En definitiva: "penetrar más profundamente en la realidad". La fascinación de Meidner por la ciudad, lejos de ocultar sus aspectos negativos, no hizo sino exacerbarlos. Un sentir ambivalente que la ciudad ha suscitado a lo largo de la historia, si bien fue a partir de mediados del siglo XIX cuando los artistas denunciaron en su pintura la miseria social de las grandes ciudades industriales. Géricault o Doré fueron de los primeros, les siguieron entre otros Pisarro con la serie de dibujos Torpezas sociales, Maréchal o Meidner, en cuyas obras plasmaron el testimonio de las manifestaciones populares agitadas con enormes banderas, tan presentes en el cuadro La entrada de Cristo en Bruselas de Ensor. ¡Viva lo social!, se lee en uno de los numerosos estandartes. Pero los primeros en salir a la calle fueron los dadaístas, firmemente decididos a denunciar con sus provocaciones las injusticias sociales. Tras visitar una exposición en la galería Der Strum de Berlín, en 1921, el ensayista soviético Ilja Ehrenburg escribió: "Lo que pude ver no era pintura, sino la erupción histérica de hombres que, en vez de revólveres o bombas, habían cogido en sus manos los pinceles y los tubos de colores”. En mis anotaciones tropiezo todavía con algunos títulos de cuadros: Sinfonía en sangre, Radio caos, Espectro del fin del mundo, etc. La disarmonía anímica buscaba una salida. Lo que la crítica ha denominado 'neoexpresionismo' o 'dadaísmo' tenía que ver más con los recuerdos de la batalla estival, con rebeliones e insurrecciones que con la pintura". Y sin embargo, lo que Ehrenburg vio era pintura aunque, eso sí: profundamente arraigada en la realidad. La vida brotaba de los cuadros, aunque fuera la grotesca banalidad de la vida, que diría Beckmann.
Yann Leto cumple con el mandato que cierra las Instrucciones de Meidner: "¡Pintemos lo que está cerca de nosotros, nuestro mundo urbano...!", y coincide con la reflexión del sociólogo Henri Lefebvre cuando señaló que la práctica social "se teatraliza, se dramatiza, gracias a las energías potenciales de diversos grupos que devuelven a su uso el espacio homogéneo. El espacio se erotiza, vuelve a la ambigüedad, al nacimiento común de necesidades y deseos, gracias a la música, gracias a los símbolos y valoraciones diferenciales que desbordan la localización de necesidades y deseos en los espacios especializados, sean fisiológicos (el sexo) o sociales (los llamados lugares de placer)".
En los cuadros de Yann Leto todo es teatral y dramatizado y ambiguo. Su mirada no es la de pintor de la vida moderna, la del paseante de Baudelaire, sino la de quien se siente más próximo a la figura del vagabundo; quizás por eso sus cuadros son episodios sin pasado ni más futuro que la incertidumbre. Leto sale a la calle y pinta los estallidos de quienes se manifiestan contra un espacio político autoprotegido por un complejo sistema de control social e individual, al que se enfrentan con el griterío y la agitación febril y desbordada de sus acciones y gestos; todo se precipita en el más desquiciado de los delirios. Lo grotesco aireado por múltiples banderas se torna hermético.
Viva primary colours, viva! es el título que Yann Leto ha elegido para su exposición en la galería Carolina Rojo. Su interés por lo primario, lo común, lo más crudo y vulgar, se extiende también al color. Los colores básicos o primarios son los únicos que Leto utiliza: amarillo, azul y rojo. A partir de ahí, mezcla. Y aunque todo es relativo, y el color el más relativo de los medios que emplea el arte, como supo Albers, Leto comparte con Philip Ball que el color, como la música, llega por un atajo hasta nuestros sentidos y sentimientos.
Amarillo, azul y rojo son los colores de los carteles que durante un tiempo han ocupado los muros publicitarios de la ciudad de Zaragoza. ¿Habrá reparado alguien en ellos? Yo los vi. Organizados en parejas de colores escupían eslóganes que apenas interrumpían el vagabundeo de los habitantes de la ciudad: La revolución no ha hecho más que empezar. Yes we can't. Lo siento mucho, no lo volveré a hacer. Pan para hoy, grasa para mañana. Siempre serás la bestia negra de alguien. You can be rich and poor at the same time. En su empeño por llamar la atención, lo que los carteles vomitaban era su naturaleza frágil y transitoria; la misma que identifica a los individuos perdidos en un espacio donde todo fluye y se desvanece. Un espacio que bien podría ser el casino cósmico al que se refiere el teórico George Steiner, cuyos rasgos son el impacto máximo, que solo se consigue mediante mensajes escandalosos, y la obsolescencia instantánea de los mismos que exige su inmediata reposición.
Los mensajes básicos que Leto ha impreso en carteles de colores primarios, amarillo, azul y rojo, anuncian la exposición; de modo hermético, como sus cuadros, episodios cromáticos desinhibidos, grotescos, distorsionados y disonantes, exasperantes, caníbales, extraños, claustrofóbicos, inaccesibles, desquiciantes y delirantes. De Poe escribió Benjamin que su incomodidad con la sociedad le hizo buscar la multitud para ocultarse; y difuminar adrede la diferencia entre el flâneur y el asocial, pues un hombre se hace tanto más sospechoso entre la masa cuanto más difícil es dar con él. Leto, como Poe, es un hombre de multitudes. Quizás haya que buscarlo entre el genuino repertorio de figuras de sus cuadros, no lo imagino mirando desde el balcón.
Chus Tudelilla